10 septiembre 2007

El dia que conocí a un niño perdido


Paseando hacia la posada donde debía reunirme con algunos compañeros de viaje, iba yo pensando si se separarían nuestros caminos y si alguna vez lo hacían cuanto me quedaría por recorrer , qué parte de ese largo caminar la haría sola, qué parte con ellos, qué parte con otros…

Mis pies se pararon en el dintel de la puerta, impacientes por la lentitud con la que mis manos empujaban la puerta… “¿Por qué están tan nerviosos?“ pensé, quizás sientan ya la necesidad de reemprender el camino…

Y así con paso nervioso entré en la posada… mis ojos hicieron un barrido por la concurrida sala posándose fugaces en los asistentes buscando aquellas caras tan familiares. Al fin, los encontraron, les reconocieron, se alegraron. Comencé el movimiento hacia ellos o eso creí porque esa vez mis nerviosos pies se negaban a seguir andando…

Escondido tras una jarra de cerveza había un niño de mirada triste y sonrisa amarga en la boca, una suerte de recuerdos ajenos llenó mi cabeza y tuve miedo porque a pesar de que ya me habían hablado de él no me habían dicho que era un niño perdido.

Obligué a mis pies a moverse y me acerqué a la mesa, una presentación vacía y a observar los recuerdos vivos de otros… le miraba, les miraba y ellos no le veían tras su disfraz de caminante solitario…no quise descubrir su secreto.

Al final de la velada llegó el primer reto… ¡el niño perdido me había retado!, pero él no supo que o había aceptado ese reto hasta el día siguiente al final de la velada, antes de que siguiese su camino.

Él echó a andar, y me dio la pista para seguirle y un poco a hurtadillas, mis pies inquietos se lanzaron a seguirle y sin yo saberlo reemprendí mi camino.

Al principio, cada día desandaba o lo andado y es que siempre odié las despedidas. No era fácil seguir sin mis compañeros de viaje, pero estos pies míos no me dejaban seguir parada.

Le seguí día tras día, intentando comprender el porqué de su tristeza, de su sonrisa amarga, ¿dónde estaba aquel recuerdo o pensamiento feliz que le permitía volar y había perdido?

Y así hora tras hora siguiéndole silenciosa fui descubriéndole, cada día me quedaba un poco más cerca de alcanzarle, pero se escabullía entre sus disfraces… supe entonces que si quería ayudarle a recuperar aquel pensamiento alegre debía arrancarle cada disfraz. Había que hacerlo con mucho cuidado para que no se asustase, así que me puse manos a la obra.

Nos encontramos en otros lugares y en esas ocasiones hablamos, compartimos, soñamos y andábamos juntos. Los disfraces iban cayendo…

Y yo desandando camino todos los días sin ser consciente hasta mucho después que no podía volver al punto de partida, que me había alejado demasiado…

Tampoco me di cuenta de que cada día mis pies se volvían más pesados cuando llegaba la hora de desandar el camino, me costaba tirar de ellos, tenía que hacerlo con todas mis energías “¿cómo van a mandar ellos sobre mi?” pensaba.

Era más fácil seguirle, buscar su mirada, seguirla ¿a quién no le gusta ver la vida a través de los ojos de un niño? Hay magia en su mirada…

Y así fueron pasando las horas, los días, las semanas, los meses y muy poco a poco pero de forma firme empezaron a no ser sólo mis pies los que se negaban a retroceder, mis ojos se negaban a dejar de mirarle, mi cuello a girar la cabeza al frente, mis brazos y manos a extenderse en otra dirección que no fuese la suya.

Hasta que un día tras varios días de compartir, hablar, reír y llorar juntos ni mi cabeza ni mi corazón quisieron desandar el camino. Me quedé allí quieta prendida en su mirada, su sonrisa, su porte, su actitud de niño perdido… y supe que no quería irme de su lado, que necesitaba tocarle, abrazarle, acariciarle, qué se yo, pero que no me iba más.

Me miré y me vi desnuda ante su mágica mirada, el también me había arrancado el disfraz, yo no sabía que cada día y a lo lejos, pero de cerca desandaba mi camino conmigo. También me observó, también quiso saber los porqués… ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Preguntaba… ¡qué grande la curiosidad de los niños!

Yo no sé si conseguí encontrar aquel pensamiento alegre para devolvérselo y que pudiera volar, pero sí tengo claro que él supo mirarme como ni siquiera yo misma me había atrevido a hacerlo, y a pesar de todo supo enseñarme a mirar. Puedo decir sin temor a equivocarme que gracias a él me siento más yo que nunca, me enseñó a no mirar atrás, a no desandar lo andado.

Hoy se que quiero que hagamos nuestro viaje juntos, a través de montañas, ríos, praderas, playas o cualquier cosa que se ponga por delante de nuestros pies, porque a su lado no necesito soñar para ser feliz, la realidad supera el sueño.

No hay comentarios: