Hay momentos en la vida en los que sientes un nudo que te atenaza la garganta y amenaza con dejarte sin voz...
Hace poco este duende se levantó con esa sensación, y negándose a quedarse mudo se fue corriendo a buscar un remedio. El viaje le llevó algún tiempo y por el camino pudo ir reflexionando sobre porqué tenía ese nudo, porqué tenía la necesidad de ser escuchado. Y es que, a veces, como a todos, parece que la esperanza se nos escapa entre los dedos... La vida se empeña en llevarnos por su camino, sin importar dónde queramos ir, y a veces, la esperanza se nos escapa como piedra de río dejándonos a la deriva, pensando que quizás en el próximo salto de agua nos ahoguemos.
Sin embargo, cuando está con nosotros nos permite agarrarnos, descansar del intenso fluir del río y ver que ese salto de agua que tanto nos asustaba es sólo una parte pequeña que no llegaría a cubrir nuestras rodillas si somos capaces de ponernos en pie y que además si lo logramos sus burbujas nos harán cosquillas mientras disfrutamos del paisaje colindante...
Y es que, a veces, es necesario parar y mirar alrededor para darnos cuenta de todo aquello que nos gusta, nos hace felices, queremos y necesitamos.
A menudo, vamos tan sumergidos en el torrente que nos vemos cegados por las vueltas, las revueltas y las corrientes del río, que no nos paramos a disfrutar...Y la esperanza es la que nos ayuda a creer, a apreciar...
Por eso fue que este duende quiso gritarle a la esperanza que no le abandonase y cruzó valles y escaló montañas, y cuando llegó a lo más alto le pidió al sol, la luna y las estrellas que le guiasen que le devolviesen la esperanza e iluminasen su corazón. Gritó y gritó a pleno pulmón hasta quedarse sin aliento antes de que su voz se apagase por el nudo...
Y no sabe si le escuchó alguien o no, sólo sabe que después de tanto gritar, elevando sus miedos a lo más alto y dejándolos al descubierto ante aquel quisiera mirar, el nudo se fue deshaciendo... aún no ha desaparecido, pero ahora tiene la esperanza de que lo hará...